miércoles, 26 de diciembre de 2012

Ra, el dios del Sol

En el anterior post nos adentramos de lleno en la cultura egipcia y el origen de sus dioses y sus mitos.
El mundo egipcio como ya comentábamos anteriormente es un mundo muy complejo y sobre todo lleno de historias y mitos que investigar.
Existen multitud de divinidades a las que los egipcios rendían culto así como divinidades protectoras, diosas de la fecundidad, divinidades extranjeras, animales y plantas sagrados, y como no los hombres que eran dioses: los faraones.
En este post nos vamos a centrar en su dios más importante, Ra el dios del Sol.

En la religión egipcia la divinidad suprema era el dios Ra, que garantizaba el orden universal y gracias a él era posible la vida en la Tierra. Regulaba el paso de las horas, los días, los meses, las estaciones y los años.
Su aparición diaria como el Sol, manifestaba el orden perfecto y que la creación se mantenía en perfecto estado. Además Ra era un dios creador y el antepasado directo de los faraones.
Heliópolis era la ciudad de este dios pues su nombre en griego significa “Ciudad del Sol”. Así numerosas divinidades del panteón egipcio se fueron asimilando al culto solar, dando lugar incluso a dioses compuestos como eran Atum-Ra y Amón-Ra que con el tiempo figuraron como un solo dios creador.
Al poco de la creación el gran Ra vivía en la Tierra como soberano de todos los seres, era una época feliz que se denominó como Edad de Oro. Todos los hombres eran buenos y gozaban de las bendiciones divinas, pero esta maravillosa era de “el tiempo de Ra” finalizó cuando el dios envejeció.
Ra fue burla de sus súbditos y su ira se materializó por medio del ojo de Ra convertido en la diosa Hathor. Ra partió al cielo y observó la lucha entre los hombres que se culpaban unos a otros por la desaparición de su dios.
Sin embargo Ra no abandonó totalmente su creación pues le concedió a la humanidad dos grandes favores:
El primero fue delegar su representación en la Tierra mediante el dios Thot para mantener el orden, la justicia y el equilibrio a los habitantes, concederles el don de la escritura y dar luz en la oscura noche 8para lo que creó la Luna).
El segundo favor consistía en otorgarles un rey a los humanos, y fue aquí donde apareció el linaje divino de los faraones. Estos eran los mediadores entre la Tierra y las divinidades (madre humana y padre Amón-Ra). Cuando el faraón moría accedía directamente al cielo para fundirse con Osiris en el reino del más allá y con Ra.
El día y la noche tenían una gran importancia simbólica (duración de doce horas cada período).
Durante el día Ra recorría el cielo en su mandjet y por la noche atravesaba el duat en su mesketet  en compañía de otras divinidades y de todos aquellos humanos que habían muerto y gozaban del favor de los dioses.
Ra debía superar  las pruebas que se le proponían tras las doce puertas del duat para renovar el ciclo de su aparición sobre la Tierra a diario.
Este viaje nocturno de Ra dio lugar a los tres textos funerarios más importantes: el Libro de Amduat, el Libro de las puertas y el Libro de las Cavernas. Cada uno de estos textos presentaba una visión distinta del viaje divino, pero con dos elementos comunes en todos ellos el encuentro entre Osiris y Ra y la derrota de Apofis.
Ra debía vencer cada noche a la serpiente Apofis que reencarnaba el mal y el caos para encontrarse con Osiris dios de la resurrección y volver a la vida. La unión de ambos dioses representaba el equilibrio que permitía el amanecer diario.
A medida que llegaba el mediodía Ra recuperaba su representación habitual como un halcón (una de las aves que más alto vuela). Se convertía en Atum-Ra al final del día (en algunas versiones representado como un anciano con piel de oro, huesos de plata, y cabello azul).
Finalmente en el duat tomaba forma humana con cabeza de carnero y se le llamaba “Carne de Ra”.


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